Para...qué...para qué me iba a quejar si el local ya estaba vacío, nadie podía escuchar mis desdeñosos argumentos. Hasta las hojas de reclamaciones volaron cuando las ventanas se abrieron y el viento las invito a salir a su aire. 
Hice lo que mi madre odia, comer únicamente con el cuchillo, nunca entendió a los piratas, que algunos tenían una pierna de menos, pero no se cortaban la lengua que yo recuerde. A pesar de comer con cuchillo, no fue fácil cortar cada una de las palabras que tuve que engullir sin la ayuda de agua, no quedaba absolutamente nada en ese antro que había apaciguado la ansiedad de tantas semanas de rutina.

El caso es que no me siento con ganas de alargar, el hecho de que no tenía con qué, ni dónde firmar mis quejas, para la posteridad...porque las quejas, no son soluciones.

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